domingo, 17 de julio de 2011

Las raíces del miedo a conducir. A los otros (2ª parte de 2)

Creo que la perfección es como la felicidad, querer instalarnos en ella, obsesionarnos con ellas, nos impedirá salir de la torpeza y nos hará sentir desgraciados respectivamente. Son como pequeñas estrellas fugaces que durante un tiempo, generalmente corto pero con sabor a eterno, iluminan nuestras vidas de cuando en cuando  y compensan los días grises y las noches tenebrosas siendo un espléndido motor que nos dará empuje para pasar otros días y otras noches semejantes. Antonio Machado lo dejó perfectamente escrito: “Todo pasa y todo queda,/pero lo nuestro es pasar,...”. Así pues: ¡Ojo con las obsesiones!


Sagrado Corazón, Bilbao.

Llega un día en que uno es consciente de conocer -al menos suficientemente- la máquina que conduce y de poder desenvolverse con ella por cualquier carretera, al menos, a velocidades moderadas, sin tan siquiera explorar los límites legales de velocidad, o pocas veces, pero sin estorbar. Identifica en un primer golpe de vista el significado de cualquier señal y conoce perfectamente las normas, al menos, las esenciales para conducir. Sobre la normativa de tráfico, un apunte: Es imperativo tener un conocimiento profundo de las que son realmente necesarias para conducir, como ya dije, sí. Pero nunca conviene ser más papista que el Papa. Yo decía siempre a mis alumnos que si hay que elegir -y algunas veces hay que hacerlo- entre la norma y la salud... Pero tengo un buen amigo y colega -excelente profesional-, Julio Santamaría de Autoeskola EL PUERTO de Santurtzi, que lo dice mucho mejor: “Bueno, tampoco dejes que la norma te mate, eh”. 


Cuando tenemos un cierto dominio de nosotros mismos con respecto al automóvil y a la carretera, aparecen “los otros”. Y nos da pánico las locuras que puedan llegar a hacer. Los medios de comunicación y la DGT sólo nos muestran lo malo, enfocan y ponen en primer plano todo lo terrible y desenfocan y colocan al fondo del cuadro todo lo bueno, que es mucho más numeroso. 
Papá Estado no quiere que seamos felices y disfrutemos; hasta cuando tenemos un espléndido día de verano nos recuerdan que los cánceres de piel han aumentado en no sé qué altísimo porcentaje, que puede darte un “golpe de calor” (?), que tu playa soñada ha sido invadida por unos seres de macabro nombre y vecino apellido, por cierto, ¿esto no es xenofobia? Y hacen eso con todo, obsérvenlo, ¡con todo! Dicen nuestros gobiernos (encima tenemos unos cuantos) que lo hacen por nuestro bien, que quieren protegernos. ¡Mentira! ¿Acaso se creen que somos tan profundamente imbéciles? Obran así para hacer ostentación omnipresente de su poder despótico y tirano, que no autoridad, nos tratan como súbditos y ni siquiera son reyes ni estamos en la Edad Media, pero ya se sabe, el prefijo sub significa debajo de. Eso es lo que quieren que nunca olvidemos.

Ahí están: Los otros.
Los otros somos todos, conviene no olvidarlo y huir de manías persecutorias. Cuando en los clases prácticas un alumno despotricaba de qué hacía tal conductor y peatón poniéndole y/o poniéndose en peligro, yo les decía que da igual, que simplemente buscasen una solución al problema que planteaban. El tiempo que se pierde, porque pasa un tiempo, en pensar en porqué hacen eso los otros es tiempo que transcurre sin actuar nosotros, y puede ser vital. Es un tiempo precioso en el que se distrae nuestra mente e inhibe su concentración.
Tuve un excelente profesor, Robert Mckay, durante un seminario en Málaga hace unos pocos años que nos repetía un montón de veces: “No importa lo que los demás te hagan, sea lo que sea, sólo importa la decisión que tú tomes al respecto”.

Conduciendo, nuestras manos están en el volante y nuestros pies en los pedales, la máquina responde inmediata y eficazmente a nuestras órdenes. Para que estas sean correctas sólo hay que tener un conocimiento y entrenamiento suficiente con el vehículo y, siempre que lo manejemos y durante todo el tiempo que lo hagamos, mantener cuerpo, sentidos y mente en alerta. Para ello no es necesario que se nos acelere el pulso, esto se logra con anticipación, observando -cuanto más lejos mejor, y todo nuestro entorno- y pensando qué ocurre y puede ocurrir en cada tramo de carretera analizado. Así, muy difícilmente nos sorprenderá nada. Nos sentiremos seguros, sin pensar ni la más mínima fracción de segundo, en qué hace ése. Nos da igual, tendremos una solución para que el posible accidente -al menos con nosotros- sea imposible.
Normalmente, a Dios gracias, ninguno de los otros sale con su coche con idea de chocar o sacar de la carretera al primero que se encuentre, ni un peatón cruza mal la calzada porque desee ser atropellado. Los demás, como les he dicho infinidad de veces a mis alumnos, ni te conocen. ¿Por qué van a querer hacerte mal? Es cierto que muchas veces se equivocan, ¿y quién no? Y que otras muchas conducen distraídos. Mas si vamos atentos se puede prever casi todo y también es muy importante mantenerse alejados lo más posible del resto de vehículos. 

Gracias, Jonathan. ¡Gracias, hijo!

Hay también mucha leyenda, por ejemplo: De un tramo de travesía de Sestao, dicen muchas personas desde hace años que es muy fácil que cuando pasas por allí en coche alguien se tire a la calzada adrede para que le atropelles. He pasado por allí, miles de veces y a muy diversas horas y nunca he visto nada parecido. Sólo una tarde de verano de bochornoso calor, en esa zona, me encontré con dos niñas -de entre 5 y 7 años aproximadamente- vestidas de sevillanas y bailando flamenco en mitad del carril al salir de una curva. No creo que buscasen ser atropelladas; frenamos -iba dando clase-, nos desviamos un poco y seguimos. Hasta que las tuve a vista en el retrovisor, siguieron bailando. Nunca había imaginado una situación así, pero que me encontrase a alguien en mitad del morro del coche, sí, muchas veces. Que bailen o no, o se estén atando los zapatos me da igual, lo que sé muy bien es que no quiero tener un accidente.



Es fundamental hacer trabajar nuestra imaginación y utilizarla como un simulador (es el mejor). Hay que imaginar con la mayor concreción posible hipotéticas situaciones de peligro y darles soluciones sistemáticas, varias, si es posible, y empezando por la más fácil. Hacer estos ejercicios es gratis, hay que repetirlos hasta la saciedad, hasta que las respuestas correctas se graben en el subconsciente. Así actuaremos de forma inmediata, bien y sin perder ni la más mínima fracción de segundo en pensar ante el peligro que surja.




Conducir exige esfuerzo, trabajo y concentración máximas; en cuanto bajamos la guardia estamos cometiendo errores, sin importar lo expertos que seamos. Cuidado, los otros también somos nosotros.
Una vez leí que hace mejor su tarea un aprendiz atento que un sabio distraído.

Esteban

sábado, 16 de julio de 2011

Las raíces del miedo a conducir. A uno mismo (1ª parte de 2)

No soy psicólogo ni psiquiatra pero sé que una persona puede sufrir amaxofobia debido a múltiples tipos de traumas que puede haber padecido y que pueden tener, o no, algún tipo de relación con el hecho de conducir. Normalmente, lo primero que pensamos cuando sabemos de alguien que teme conducir, es que ha sido víctima o testigo de algún accidente, o de uno o varios sustos que de milagro no acabaron en él.


Santa Cristina de Lena
(Arte Prerrománico Asturiano)
Opino, sin embargo, que los casos mencionados ocupan tan solo un pequeño porcentaje entre el total de personas que tienen miedo a conducir. Son la punta del iceberg, y como ya dije, mi falta de conocimiento me impide todo comentario al respecto.
Sostengo, no obstante, en base a experiencias ajenas y la propia -más de tres décadas enseñando a conducir- y excluyendo los casos mencionados que hay un porcentaje muy elevado y claramente por encima del cincuenta por ciento e in crescendo, de personas que conducen con miedo.
Ese miedo suele empezar a manifestarse en la autoescuela, incluso entre personas que antes de llegar a ella carecían de síntoma alguno del mismo, al menos conscientemente. Y es tan curioso como frustrante que, generalmente, se salga de la misma sin haber aprendido a conducir sin miedo, lo que no hará más que acrecentarlo en proporción geométrica cuando uno ha de enfrentarse a conducir solo inmerso en el tráfico.
Estos casos tienen dos raíces, su miedo bebe de dos caudalosos ríos, ambos con distintos afluentes: Uno mismo y los otros.
Cuando una persona decide “sacarse el carné”, literalmente es esto lo que piensa. No piensa en aprender a conducir. “¿Aprender? Se aprende luego, conduciendo.” Lo he oído miles y miles de veces. El paso por la autoescuela se vive como un carísimo y enojoso imperativo legal que en realidad no es tan imperativo, se puede sacar el carné por libre pero casi nadie lo hace, muchos argumentan que no lo sabían pero yo siempre lo he dicho a todos los alumnos y a algunos de sus padres y sin embargo ni uno solo optó por hacerlo de este modo.
El caso es que el alumno llega engañado a la autoescuela -como les he dicho infinidad de veces a mis alumnos- por la sociedad, el ambiente, los medios de comunicación, la publicidad, los amigos, la familia... y por él mismo. Y todos ellos en distinta proporción y responsabilidad alimentan y transmiten la mentira ad aeternum.
¿Qué ocurre cuando uno se ve sentado por primera vez a los mandos de un coche? Que de repente esa máquina -en la que uno ha viajado desde antes de nacer, en el vientre de su madre, tan familiar y supuestamente conocida- se transforma en una suerte de OVNI fruto de una civilización que nada tiene que ver con la nuestra en cuanto intentamos hacer algo con ella. Y no exagero, pero casi nadie lo reconocerá jamás, salvo a su profesor y en pleno fragor de la batalla; éste, por supuesto actuará, y así debe hacerlo, como un buen cura ante un secreto de confesión.


Si nos esforzamos, hasta se deja querer.
A partir de aquí las clases de coche se convierten en una montaña rusa de sensaciones y sentimientos encontrados y de quiero y no puedo; el alumno descubre. Porque lo descubre. Que esto de sacarse el carné, de puro trámite no tiene nada. Descubre, más bien toma consciencia, por fin, de que puede hacerse y hacer daño; descubre con horror que sus padres no saben conducir o lo hacen muy mal... Descubre que debería aprender de verdad y no ir a examen sin la suficiente preparación ni entrenamiento. Pero irá, porque cuando llega a un determinado número de clases -suele estar entorno a las veinte- y aunque tenga el nivel en el que estaba en la tercera clase, irá, aún sabiendo que no debería hacerlo, porque... qué dirán y, además, oye, igual hay suerte. 
Descubre los prejuicios que tiene en el subconsciente a modo de parásitos que se agarran a él con uñas, dientes y sus múltiples patas en cuanto este es sacudido por la fuerzas de la razón y de los hechos. Pero no le da tiempo a librarse de ellos, tiene mucha presión, interna y externa, y el foco principal de la misma en su propia casa. Ha visto las orejas al lobo, pero no le da tiempo a aprender a bailar con él. Y aprobará, después de varios intentos, disgustos, encareciendo el permiso de conducir innecesariamente... Y el miedo se dispara, claro, porque ahora hay que moverse por un estepa llena de lobos, y solo. Y si alguien le acompaña, generalmente, peor; porque no le enseña, le pervierte.
Yo decía muchas veces a los alumnos que si tuviese que tirarme a una piscina en la zona que cubre, sin saber nadar, también pasaría mucho miedo. Pero puedo elegir: no tirarme o aprender a nadar. Parecen las dos únicas opciones lógicas, ¿verdad? Pues no, hay una tercera que es la que elige casi todo el mundo: apenas sé nadar, pero todo el mundo dice que me tire... Bueno, ya aprenderé (¿mientras te ahogas?), igual hay suerte, me ahogo pero la culpa no fue mía... Y toda una sarta de sandeces para justificar una inadecuada decisión porque en realidad sé, que no sé lo suficiente. Pero me tiro igual.
Hay otro importante e irresponsable vector de fuerza que empuja al agua al alumno: papá Estado, que de su mano llamada Ministerio del Interior mueve el dedo índice (siempre acusador) de la Dirección General de Tráfico (DGT). Cualquier persona que ahora tenga hasta unos treinta años de edad ha sido bombardeada desde su más tierna infancia con mensajes negativos -a veces terroríficos- sobre el hecho de conducir. Este es el veneno, pero nos dan el antídoto: átate, no corras, no te drogues, pon el casco y no te pasará nada. De acuerdo no lo dicen así, pero dicen eso. Y si estoy tan profundamente convencido de que dicen eso, es porque pude verlo con mis propios ojos en muchas ocasiones; los alumnos se lo creen y muchos supuestos veteranos conductores, también. Es como si continuando con el ejemplo de la piscina, aparece el administrador y me dice que bueno, aunque no sepa nadar si me pongo el traje de baño y el gorro que él me ordena no me ahogaré. Pero también el alumno comprueba en la autoescuela que solo con eso no basta y que, además, según y cómo hasta es falso.
Sólo en situaciones de guerra muy excepcionales y extremadamente críticas se envían soldados a las primeras líneas de fuego sin la preparación y el entrenamiento adecuados. Pues bien, ese feliz matrimonio que forman Dña. Sociedad y D. Estado ponen a nuestros jóvenes en la carretera de un modo semejante, confiando al engorde de las normas y al control policial que no sean demasiados los que se queden muertos y tullidos.


¡También volará sin miedo!
Puesto que no podemos confiar en nuestros padres, busquemos aunque sea en el más puro instinto de supervivencia de cada cual. Ya que el camino hasta el frente -perdón, a la carretera- no es directo y antes pasamos por un campo de aprendizaje y entrenamiento-perdón, por la autoescuela- es imprescindible y vital aprovechar a aprender y entrenar sin prisa y sin prejuicios. Utilizando el menor tiempo posible, sí; pero sin prisa. Ésta, nos hace perder mucho más tiempo y atropelladamente.
Es evidente e irrefutable que si alguien quiere hacer algo, aunque en sí mismo implique riesgo, cuanto mejor aprenda a hacerlo y cuanto mejor lo haga menos miedo le va a dar.
En busca de la acción perfecta haremos que desaparezca el miedo.

 Esteban

viernes, 8 de julio de 2011

En las autoescuelas solamente se enseña a aprobar. ¿Seguro? (2ª parte de 2)

¡APROBAR, POR SUPUESTO! Normalmente, el alumno sólo quiere APROBAR. Y sus padres, que tanto dicen preocuparse por su bien, también; y el Estado -ese “padre” que cual Chronos devora a sus hijos- aprovechándose de su ignorancia para sacarle el máximo dinero posible vía multas, también; y los fabricantes de coches y talleres que llevarán el mantenimiento del vehículo, repararán sus averías y sus golpes -tantas y tantos evitables, si realmente se aprendiese lo que enseñan muchas autoescuelas-, también; y las compañías de seguros, ídem de ídem; y... 
A la sociedad y al Estado le importa un rábano que una persona sepa conducir o no, pero... ¿a ti? ¿No te importas?
Gota fría en Bilbao, verano 2010
Aquí tampoco enseñamos a aprobar. ¡Basta con sobrevivir!
INFO CURSOS Y LIBROS: AQUÍ AQUÍ.

El profesor de autoescuela, le guste o no, ha de enseñar cómo funciona un coche y cómo se lleva por una calle o carretera de forma segura, legal, ágil y coordinada con el resto de los vehículos. Esto para empezar, aunque sólo sea por su salud, por su propia seguridad, porque por más que disponga de doble mando este mecanismo no hace milagros. Esto es un mínimo común denominador para todos; cómo se llegue ahí e ir más allá, es lo que verdaderamente marca las diferencias entre unos profesionales y otros. Si el profesor enseña esto y el alumno lo aprende, éste superará el examen sin ningún problema. ¿Le ha enseñado el profesor a aprobar? No, evidentemente, le ha enseñado a conducir. Lo que jamás entenderé es por qué después de sacar el carné tantas personas creen que pueden conducir como quieran y que, paradójicamente, la norma, deba ser infringir la norma. En la autoescuela no dieron las clases de coche en un circuito cerrado en supuestas condiciones ideales, no; las dan en vía pública abierta al tráfico. ¡Trabajamos sin red! No entiendo ese afán tan extendido de tirar por el atajo, de salir por la tangente; es como si un montañero quisiera hacer cumbre llegando a ella en helicóptero, pues hombre, ese no es un montañero. Pero ni este ejemplo me sirve, porque en la carretera no hay helicóptero, creer en la ilusión de que lo hay sólo porque la mayoría de la gente repite las mentiras como un mantra, inevitablemente, supone sufrir un accidente.
Es absolutamente determinante la actitud del alumno para salir de la autoescuela con una base sólida sobre la cual pueda crecer como un conductor seguro. Actitud y aptitud, he aquí las claves. Cuando ambas se dan en dosis elevadas en una misma persona estamos ante la piedra filosofal: el alumno aprenderá bien y rápido de un modo eficaz y económico. Conducirá bien, y si lo hace con regularidad, en muy pocos años logrará un nivel como conductor superior a la media. Desafortunadamente estos casos son cada vez menos frecuentes pero aunque las aptitudes para conducir sean malas e incluso parezca que no existen, con una actitud adecuada aparecen como un tesoro en el fondo de una mina al que se llega con una entrega total que toma por punto de apoyo no rendirse jamás y trabajar sin desmayo. Mas este esfuerzo conduce a la misma meta que en el ideal y raro caso anterior. Aptitudes excelentes y actitud negativa es la peor combinación, el alumno que se mantenga en esta última sufrirá un calvario en su paso por la autoescuela, y su profesor también; y lo que es peor, es el que más probabilidad tiene -y con diferencia- de sufrir un accidente cuando, por fin, tenga el carné.

Afirmar que en la autoescuela sólo enseñan a aprobar, no es más que una burda justificación para NO aplicar lo aprendido. Además, si alguien se pone a hacer algo sabiendo que no sabe hacerlo, una de dos, que aprenda o que se abstenga. Es obvio. Máxime cuando todo el mundo sabe -nadie se puede llamar a engaño en esto- que una mala acción manejando un automóvil abre ante nosotros el abanico completo de todo lo malo que nos puede pasar.
"Enseñar no es una función vital, porque no tiene el fin en sí misma; la función vital es aprender". Aristóteles.

   Esteban

INFO CURSOS Y LIBROS: AQUÍ AQUÍ.

jueves, 7 de julio de 2011

En las autoescuelas solamente se enseña a aprobar. ¿Seguro? (1ª parte de 2)



Toreando un sueño

Desde hace muchos años, reiteradamente y hasta la saciedad, vengo oyendo la afirmación que da lugar al título de esta entrada. Se admite como un axioma, tan profundamente arraigado, que he podido constatar que algunos colegas (soy profesor de autoescuela) se la creen, a los que hay que sumar algunos funcionarios de la DGT, algunos policías municipales y algunos policías de tráfico; esto, por citar solamente a los grupos de personas profesionalmente más implicadas en este asunto y supuestamente expertas en el mismo.
Bien, pues afirmar que en la autoescuela sólo se enseña a aprobar, ¡es falso! 
Llevo desde el año 1977 enseñando a conducir y es el día de hoy, que todavía no sé cómo se enseña solamente a aprobar y, francamente, no soy tan inteligente como quisiera pero tampoco tan tonto como parezco. No obstante, desde que empecé en este oficio y hasta ahora, he hablado con colegas de este asunto en múltiples ocasiones y todavía no me encontré con ninguno que me dijera cómo se enseña sólo a aprobar, ni siquiera los que creen que sí lo saben, curioso. 
INFO CURSOS Y LIBROS: AQUÍ AQUÍ.

Pienso en la prueba de circulación para el permiso B, que es a la que se refiere casi todo el mundo cuando afirma que en las autoescuelas sólo se enseña a aprobar, aunque cuanto digo aquí, es perfectamente válido para cualquier tipo de permiso de conducir. 
Dicha prueba, consiste en realizar un recorrido por vías públicas abiertas al tráfico que, normalmente, incluye un mayor porcentaje del mismo por vías urbanas, pero que también puede incluir tramos de carretera convencional, autovías y autopistas -cuando ello sea posible- dependiendo de múltiples factores, como lugar donde está ubicado el punto de salida del examen, punto de llegada, características de la población donde se realice, número de alumnos presentados en una convocatoria concreta, etcétera. 
Por otra parte, si las autoescuelas saben cómo enseñar a aprobar, ¿cómo es que su porcentaje de aptos no está muy próximo al 100%? La realidad, sin embargo, dista mucho de esta cifra. Claro que alguien pensará que a las autoescuelas, aunque saben perfectamente cómo enseñar a aprobar, les interesa hacerlo en el mayor tiempo posible para ganar más dinero; pero no es cierto. Si algún colega descubriese un método para conseguir que un alumno apruebe con cinco clases prácticas, por ejemplo, se haría rico. En términos absolutos ganaría poco con cada alumno, pero tendría todos los alumnos. 
Los profesores de autoescuela ni diseñan automóviles -ya me gustaría- ni redactan las normas que regulan su uso -también me gustaría, sobre todo para simplificarlas y disminuirlas-. Los exámenes son competencia del Estado, este decide la materia objeto de aprendizaje y el nivel exigible de la misma para poder conducir; otra cosa, y motivo de una futura entrada, seria ponderar si el Estado coloca el listón en su sitio, demasiado alto o demasiado bajo.También es cierto que nunca he conocido a nadie que estuviese dispuesto a aprender -al menos en la autoescuela- más de lo que él cree que necesita saber para aprobar. Dados los imperativos, ¿qué podemos hacer, pobres de nosotros? Nuestra tarea, además, es transparente como pocas, siempre se desarrolla en presencia de testigos con coches perfecta y fácilmente identificables -por seguridad, interés comercial e imperativo legal-, los alumnos tienen mayoría de edad o les falta muy poco para llegar a ella, múltiples referentes y, prácticamente todo el mundo sabe, al menos algo, sobre conducir y tráfico. Por muy mala fe y codicia que tenga, ¿voy a empeñarme en hacer que mis alumnos inicien la marcha en 2ª para que el día del examen se les cale el coche 20 veces nada más empezar, por ejemplo?, ¿o decirles que pueden cambiar de carril cruzando una línea continua? Ejemplos hay miles.
¿Enseñando a aprobar, eh? Menos mal
Desgraciadamente es más fácil engañar que convencer, hacer un acto de fe que razonar. Entre los profesores de autoescuela, como en cualquier grupo humano, hay de todo como en botica. Pero con lo expuesto hasta ahora, creo que está muy claro que, difícilmente, un colega puede engañar a un alumno sin su colaboración, es decir, sin que se lo pida aunque sea de forma implícita, lo cual no exime al profesor que engañe de que se le califique su acción como despreciable. Pero, normalmente, ¿qué quiere el alumno cuando va a la autoescuela?
   Esteban

INFO CURSOS Y LIBROS: AQUÍ AQUÍ.

viernes, 1 de julio de 2011

Acaban los exámenes

Por estas fechas, recién acabado el mes de junio, terminaron también exámenes y curso -selectividad incluida, donde aún pervive dicha prueba- muchos jóvenes y, normalmente, un significativo porcentaje de ellos deciden que es el momento ideal para sacar el carné de conducir. Seguramente tienen razón, pero también es un tiempo ideal para disfrutar de los días largos, de las noches breves, hermosas y cálidas; del sol, el mar, el monte, de fiestas, verbenas, conciertos, viajes, etcétera. Piensan, la mayoría, que es perfectamente posible lograr el permiso de conducir mediado el mes de julio o en sus últimos días como mucho. Ayuda en la consolidación de esta idea, y no poco, el incomprensible hecho de que la Dirección General de Tráfico (DGT) deje de examinar durante el mes de agosto en la mayor parte de las provincias de España, decisión consensuada con asociaciones de autoescuelas, lo que la hace aún más surrealista, máxime, cuando la mayoría de los representados por éstas abren y mantienen operativos sus centros en ese mes, ¡en fin!

Volviendo al tema principal de esta entrada, lo que me gustaría transmitir a esos jóvenes es que, salvo excepciones, no lograrán obtener su permiso de conducir antes del mes de agosto y, por supuesto, no albergo intención alguna de desalentarles en su legítimo deseo pero es lo que he visto verano, tras verano -ininterrumpidamente- durante casi treinta años, claro que mi experiencia profesional, en ese tiempo, se limita a la provincia de Vizcaya. Hay, desde luego, lugares en los que por tener un término municipal poco extenso, pocos habitantes y estar alejados de otras poblaciones en unas cuantas decenas de kilómetros aprobar el examen práctico es, a igualdad de aptitudes y actitudes, notablemente más fácil y rápido. 
Aprobar el examen teórico, hoy por hoy, y desde hace unos pocos años, es muy fácil. Tanto, que sólo dependiendo del tiempo que uno esté dispuesto a invertir haciendo tests, podría estar listo para superarlo en una semana, sin demasiado esfuerzo, y quizá hasta en un día, aprovechándolo bien de sol a sol ahora que son tan largos. Claro que estoy hablando de aprobar; no de aprender, no de saber. Y de la forma descrita, se aprueba; pero casi nada se aprende y casi nada se sabe. Hay excepciones, sí; pero salvando las mismas, quiero dejar muy claro que el proceder descrito, sin ninguna duda y por sí solo, aumenta de un modo significativo el número de clases, de exámenes, de renovaciones y el importe de la factura en la autoescuela. Eso, sin contar la frustración y disgustos que todo ello conlleva, tan difícil de medir por el patrón de moneda en curso y, que generalmente, releva a este a un desenfocado último plano.
¿Solución? En paralelo con el camino de lograr un APTO en teórica se puede andar otro que permita, mediante esfuerzo y estudio, un conocimiento profundo de las señales y normas de circulación, reduciendo éstas a las verdaderamente necesarias para conducir un turismo en cualquier calle o carretera. Siempre he insistido en este detalle, es insuficiente un conocimiento puramente intelectual, aunque sea bueno, de la normativa de  tráfico; es preciso que ese conocimiento sea, además, profundo, que impregne el subconsciente, porque nada más ver hay que actuar, sin dudar, y se está en movimiento recorriendo muchos metros por segundo. La teórica es la base de la práctica.
A pesar de la seguridad que inspira el saberse al volante de un coche dotado con doble mando y un profesor al lado, cuesta más de lo que parece hacerse a la idea de que el día del examen, aunque el alumno no estará solo, debe actuar como si lo estuviera, moviendo el vehículo con agilidad dentro del tráfico y, además, de un modo estrictamente legal, salvo causas de fuerza mayor o indicación expresa de la persona que examina. Vamos, que en un mes o poco más, el examen teórico es perfectamente factible -y de sobra, como ya dije- pero el práctico, generalmente, no.
A todo esto se añade una suerte de efecto psicológico que añade ansiedad a quien se empeñe en ser estricto con el logro de obtener el permiso de conducir antes del mes de agosto. Solía decir a mis alumnos, generalmente con nulo resultado, que en agosto no se acaba el mundo. Los 31 días del octavo mes del año, sólo son eso: treinta y un días.

El camino que lleva a conseguir el permiso de conducir debe andarse sin prisa pero sin pausa y cuanto más se quiera aumentar la velocidad (como en el coche), más esfuerzo y trabajo será necesario invertir. ¿Se ha fijado que cuando se ve una retransmisión de una carrera de Fórmula 1 una de las palabras que más se repiten es, trabajo? Cuanto más se centre una persona en aprender a conducir, sin duda, más fácil y barato resultará aprobar. Y lo que es mucho más importante, más fácil será que lo haga bien cuando conduzca sola y, por tanto, más difícil que se vea implicada en algún accidente.

Esteban