domingo, 28 de febrero de 2016

LA LECCIÓN DE UN POLICÍA LOCAL, CARA PERO MUY BUENA

El pasado día 21 daba mi agradecida bienvenida en Twitter al seguidor que hacía el medio millar, un número tan redondo bien se merece una pausa y tomar una breve nota y foto de la perspectiva. Casualmente... ¡Sevilla tuvo que ser! Y, ¿más casualmente? Ese puesto lo ocupó la Asociación Profesional de las Policías Locales de la Provincia de Sevilla (ASPOSE). ¡Gracias de nuevo!

Los gorrillas, aparcacoches espontáneos a cambio de dinero, pero si uno se
niega a pagar lo más probable es que le amenacen. Un irritante problema que,
afortunadamente, aún no ha llegado al norte, y que debería tener solución.
Fuente: sevilla.abc.es
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Para mí, Sevilla es la capital del sur y Bilbao la del norte. En la primera de esas ciudades y su provincia pasé mi tiempo de soldado, quince meses que para mí fueron un intenso y magnífico aprendizaje sobre mí mismo y los demás, donde conviví con personas de todas partes de España y algunas de Estados Unidos, donde me forjé y templé también como conductor ampliando muchísimo mi experiencia en esa tarea, donde pude practicar y entrenar maniobras y técnicas, aún hoy, prácticamente imposibles de hacer en la vida civil. 

Con la Policía Municipal -ahora llamada Local- tengo, por decirlo brevemente y exagerando, una especie de relación amor-odio de la que daré cumplida cuenta en una futura entrada. Así pues, y por los motivos expuestos, mi seguidor número 500 en Twitter me resultó muy significativo, y de inmediato me trajo a la memoria una tarea que tengo pendiente en este blog desde hace tiempo, seguramente demasiado. No dejaré pasar un segundo más. 

Esta historia sucedió antes de ir a la mili, y en el norte, en Gijón. Alguna vez hice alguna breve referencia a ella pero nunca la conté y creo que es muy interesante, sin duda debí de hacerlo antes, si siempre la contaba en clase de teórica... Ustedes perdonen. 

Sin haber cumplido un año con el carnet de conducir comencé a trabajar como repartidor con una furgoneta en una tienda y almacén de papeles pintados, suelos plásticos, moquetas y pintura; productos que se distribuían a otras tiendas, sobre todo de Gijón pero también a otras localidades de Asturias y de otras provincias así como al público en general. 

Normalmente, se iban recibiendo y preparando pedidos que, más o menos, mediada la mañana o la tarde yo tenía que repartir y todos debían ser entregados antes de que cerrasen los comercios que los pedían o saliera el último tren, camión o autobús con destino a lugares más lejanos donde debía de llegar la mercancía. 

Así pues, tenía que andar ágil, a veces mucho; cosa que no sólo no me molestaba sino que hasta lo agradecía, ya saben, “qué más quiere el ciego que ver”. Generalmente, siempre me gustó andar más bien rápido, incluso con mis piernas. Aunque era un perfecto novato ya me sentía un poco por encima de la media como conductor (por pedante que suene es la verdad), y sí, sabía que aún tenía mucho que aprender y muchas ganas de hacerlo, pero por entonces no pensaba que fuese tanto. 

A pesar de lo dicho, nunca me consideré insensato ni loco, probablemente porque creo que tengo un fuerte instinto de supervivencia, porque en los albores de mis diecinueve años ya había escuchado muchas historias sobre la carretera de primera mano, ya había perdido a dos personas muy cercanas en ella y siempre me aterró que por un error mío alguien pudiese morir, y si fuese de otro, quería y quiero estar preparado para evitarlo, cosa que no siempre se puede, desde luego, pero al menos siempre listo para aprovechar una posible oportunidad salvadora si se presenta.

Hacer algo cada vez más rápido, al menos relativamente, creo que es algo consustancial a la naturaleza humana, algo a lo que se llega automáticamente a fuerza de repetir una tarea con ganas de hacerla bien, ya sea cocinar, escribir a máquina, fregar suelos... cualquier cosa. Yo no coso un botón igual de rápido y bien que lo hace mi madre, por ejemplo, ni siquiera ahora, siendo ya ella octogenaria, y encima tengo una probabilidad mucho más alta de clavarme la aguja en la yema de algún dedo. 

El cruce de mi primera y afortunada multa en la actualidad.
Antes no estaban la rotonda ni los semáforos, ni el paso inferior, ni esos edificios...
Girando a la derecha se va hacia el centro de Gijón.
Fuente: Google Maps
Un día salía del barrio de Pumarín girando a la derecha para entrar en la que entonces conocíamos como carretera de Oviedo (a la sazón Av. de Fernández Ladreda, hoy de La Constitución; prefiero el nombre anterior, la verdad) y volver hacia el centro de Gijón. Había un Stop, llegué despacio y en segunda, tenía buena visibilidad y no había ningún vehículo a la vista, repetí la observación echando la cabeza hacia adelante y hacia arriba, no venía nadie, estaba vacío y esto se veía así en un espacio grande; solté el freno, aceleré de inmediato, pasé a tercera en cuanto deshice el giro, seguí acelerando e iba a cortar gas para cambiar a cuarta cuando de entre una sebe (jaros, maleza) vi salir a un policía municipal, un motorista, que en un primer momento pensé que había perdido el juicio queriendo cruzar cuando yo estaba tan cerca, pero un instante después me daba el alto. Paré donde me dijo y fue entonces cuando vi la moto. Me quedé muy sorprendido con su orden, además, antes de parar había mirado por el retrovisor (ese hábito ya lo tenía) y todavía no había nadie detrás de mí. ¿Que querría? Sin duda, tenía que ser un error.

El guardia era alto, mediana edad, se acercó enseguida a la ventanilla que yo ya había abierto, me hizo el saludo militar y me dijo así:

-Buenos días, tengo que denunciarle porque no se ha detenido usted en el Stop.
-Ya, pero no venía nadie. Buenos días.
-Pero tengo que mutarle porque no se detuvo.
-Claro, es que no venía nadie.
-Es igual, le tengo que multar.
-Pero, hombre, si usted vio que salí de ahí atrás girando a la derecha tuvo que ver que iba despacio, que miré bien y que no venía nadie... ¿cómo me voy a parar si no hay nadie?

Entonces, aquel guardia que hasta el momento esperaba pacientemente a que le diera mis datos para ir escribiendo en el boletín de denuncias que sostenía en una mano y con la otra el bolígrafo, se estiró, creo recordar que dejó escapar un suspiro, cambió el tono de su voz, subió el volumen sin gritar y me espetó:

-Vamos a ver, ¿a usted no le han enseñado en la autoescuela que en un Stop hay que detenerse siempre?
-...Sí, es verdad, ahora que lo dice... sí que me lo han enseñado. 
-Pues eso. 

La multa fueron 500 pta. Un dineral. Un auténtico descalabro en mi economía. Me dio muchísima rabia que aquel hombre tuviese razón, no lograba entender que algo tan elemental y que sabía desde mucho antes de ir a la autoescuela se me pudiese haber olvidado con tanta facilidad. Aunque les cueste creerlo, les puedo asegurar que desde el primer momento agradecí lo que hizo aquel policía y más gratitud siento ahora y la sentiré siempre, porque la lección me resultó muy cara, pero estoy convencido de que me salvó la vida o evitó que yo se la quitase a alguien, o ambas cosas. Y ninguna de ellas tiene precio. 

Sin acabar el recorrido en el que coseché esa primera multa me prometí que jamás me volvería a ocurrir y que siempre me detendría ante un Stop. Un tiempo después maticé esta exigencia para conmigo mismo tras comprobar que detenerse ante algunos Stop cuando se cambia de dirección a la derecha suponía un alto riesgo de alcance por parte de otro conductor que pudiera seguirme pues en vías urbanas hay muchas intersecciones así señalizadas pero con buena visibilidad y muchos conductores tienen el peligroso vicio de observar a la izquierda antes de comprobar que quien les precede se va a detener, de modo que si ven que nadie se acerca por el lado izquierdo de la otra vía comienzan a acelerar con la cabeza aún girada hacia ese lado y cuando por fin la vuelven para mirar hacia donde van se encuentran con un coche detenido a muy corta distancia y ya no pueden parar. Cuando observo ese riesgo y estoy en cabeza evito detenerme por completo. Entre la salud y la norma elegiré siempre la primera, lo siento.

¡Cuidado!
Un detalle muy importante que suele pasar inadvertido.
En vías interurbanas, sin embargo, me detengo de forma rigurosa absolutamente siempre. De acuerdo, el peligro mencionado en el párrafo anterior también puede darse, pero hasta ahora (toco madera) siempre he logrado evitarlo anticipando más la detención y haciéndoselo saber con más antelación a quien me siga. ¿Por qué tanto rigor? Porque la velocidad de paso de quienes circulan con preferencia por la vía transversal es mucho más alta, no pocas veces igual a la máxima permitida y en ocasiones más. Si cometo un error por no hacer una observación perfecta estando completamente quieto las consecuencias pueden ser terribles. Hay cosas en las que uno nunca se puede equivocar, lo que se puede lograr actuando a conciencia con ciertos protocolos que uno mismo se imponga.

Como hace muchos años les vengo diciendo a mis alumnos, el venenoso “fue sin querer” tiene su antídoto: hazlo bien y queriendo siempre. 

En la autoescuela se puede ver muy bien, repetidamente y siempre que se quiera, que muchos y aparentemente insignificantes errores acabarían provocando un indudable accidente si no fuese por una permanente atención del profesor y por su acción sobre el doble mando. Y eso en el transcurso de una hora o menos. Lo mejor, cuando conducimos, es que estemos revisando constantemente cómo lo hacemos y corrigiendo al momento los errores que nos detectemos, por sutiles e inofensivos que parezcan. 

Para invertir en un plan de pensiones, por ejemplo, necesitamos de una cierta cantidad de dinero; para invertir en el futuro de nuestra salud sólo hace falta trabajo, esfuerzo y ganas de hacer bien las cosas. ¡Anímense que es gratis! 
Esteban

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jueves, 18 de febrero de 2016

X EDICIÓN PREMIOS 20BLOGS

Participo un vez más en los Premios 20Blogs que organiza el diario 20 Minutos, siempre me hace ilusión, y este año vuelvo al grupo en el que creo que mejor encajo: Motor. 

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Hasta el 2 de marzo
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Los años que me aventuré en otra categoría, fue porque las bases que regulan el concurso no permitían repetir en la misma si se había resultado ganador en alguna ocasión, y un servidor tuvo la inmensa suerte de ser elegido ganador en MOTOR en la VII edición de los premios en 2013 y cuando este blog contaba con año y medio de edad. Siempre estaré agradecido por esta distinción que no me esperaba en absoluto. 

Y menos aún me esperaba que el trofeo y diploma me lo entregase el señor Jorge Lorenzo, sí, el tricampeón mundial de Moto GP. Otro premio. Además, y a pesar del poco tiempo en que pude disfrutar de su compañía, su persona me causó muy buena impresión, lo que tiene un reseñable mérito dada su juventud. 

Este blog tiene un buscador por palabras, si yo escribí algo sobre lo que le interese le aparecerá, pero tengo la impresión de que pasa bastante desapercibido, por eso dejo la foto en que lo resalto a continuación. Además, he comprobado que en los smartphones no  aparece la columna de la derecha en la que está el buscador salvo que se pase a “vista web”, abajo del todo. 


Se me ha ocurrido dejar hoy constancia de las diez entradas más visitadas, hasta ahora, desde que existe este blog. Son las siguientes: 
  1. ADELANTAMIENTO A CICLISTAS
  2. Y EL COCHE ANDA SOLO 
  3. HACER ESTO CON EL EMBRAGUE PODRÍA COSTARLE MUY CARO 
  4. HUELGA DE EXAMINADORES (y 2) 
  5. VÍDEOS DE ROTONDAS... ¡Y TURBO ROTONDAS! 
  6. UNAS LUCES MUY POCO CONOCIDAS 
  7. ¿ESCÁNDALO Y CORRUPCIÓN EN LA DGT? 
  8. ELLAS O NOSOTROS, ¿QUIÉNES CONDUCEN MEJOR? (1)
  9. PASO A NIVEL (1) 
  10. ABS, ESP Y MENTIRAS EN TELEVISIÓN (y 2) 

También debo decirles que este año participo en otra categoría con algunas de las redes sociales en las que estoy presente (quise poner también G+ pero me resultó imposible), por orden de inscripción son estas: 

Siempre publico las entradas de este blog en ellas, pero también comparto muchas publicaciones de otras personas que me parecen interesantes (las hay magníficas), sean sobre el mundo del automóvil o no, pues no sólo de pan vive el hombre y nada humano (o no) me es ajeno. Lástima que sólo pueda hacerlo a bote pronto y la limitación temporal esté siempre tan presente; que todo esté conectado no es nada nuevo, todo parece indicar que es así desde el principio de los tiempos.

Esta foto me dará suerte, encierra una historia preciosa
que algún día contaré, ¡y el 8 es mi número!
Nunca sé muy bien cómo promocionar este blog, además en las últimas convocatorias y por imperativas razones apenas pude hacer algo más que estar ahí, y en esta ocasión mis circunstancias tampoco son muy diferentes, pero bueno, también dice un viejo refrán castellano que “el buen paño en el arca se vende”, y creo que aún sigue siendo cierto en algunas ocasiones; otra cosa es cómo sea la calidad de esta tela que tejo, eso es otro tema, y en él tiene usted la última palabra. Si le gusta lo que hago, si en algo le es de utilidad, aquí puede votar por ello. Muchas gracias. Y también, desde luego, por su atención, con voto o sin él, sin duda es el mejor premio. ¡Gracias! 

Esteban

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domingo, 14 de febrero de 2016

¿TÚ A BOSTON Y YO A CALIFORNIA?... YO A BOSTON

A California... quién sabe, cualquier día. El pasado miércoles tuve la sensación de estar en Boston, viajé utilizando como vehículo la imaginación -como tantas veces hice a lo largo de mi vida para visitar infinidad de lugares de nuestro planeta y de fuera de él- hasta esa conocida ciudad de la Costa Este de los Estados Unidos en respuesta a la cordial y amable invitación de don Juan Carlos Giraldo para participar en una entrevista en su programa de Podcast & Business y charlar amigablemente sobre algunos aspectos de actualidad del mundo del automóvil: Uber, Self-Driving Cars (coche autónomo o sin conductor) y el caso de Volkswagen. 

Biblioteca Pública de Boston
Autor: Brian Johnson
Fuente: Wikipedia
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El título de esta entrada lo tomo de una vieja película; mejor dicho, no lo tomo, me viene impuesto por algún capricho de la memoria que escapa a mi control pues, desde que Juan Carlos tuvo la deferencia de hacerme su propuesta, el recuerdo de Tú a Boston y yo a California se ha hecho omnipresente viajando desde los últimos años de mi infancia hasta ahora como si fuese a bordo de un coche autónomo que yo no puedo dirigir. La película mencionada me gustó en su momento, y parece ser que mucho más de lo que creía, supongo. No sé que opinión tendría ahora de ella si volviese a verla, pero no pienso hacerlo, ni aunque tuviese tiempo. Algunas cosas es mejor dejarlas tal cual. 


La invitación


  La entrevista. Por si acaso dejo otro enlace aquí.

Lo que no dejaré son algunos detalles que olvidé mencionar en la entrevista, el tiempo siempre es limitado y nunca se logra profundizar en los temas tanto como nos gustaría. No obstante, seguro que más adelante será necesario escribir varias entradas sobre ellos, así pues, ahora sólo comentaré los tres matices que me parecen más importantes:

1.- Lo primero que quiero hacer es dar las gracias a cuantas personas leen este blog desde Estados Unidos, el segundo país del que más visitas recibo después de España, y presentarles mis disculpas por no hacerlo, o no de forma tan clara como tenía en mente, durante la entrevista.

2.- Sobre el coche autónomo o sin conductor, hubiese querido comentar que, aunque en general no me gusta la idea, esta puede ser una solución perfecta para algunas personas discapacitadas y ancianas, aunque nunca para todas las de ambos grupos. 

3.- Respecto al escándalo de Volkswagen, sí quiero resaltar ahora la actitud que adoptó esta empresa desde el primer momento: aguantar el chaparrón. Yo diría que estoicamente y con humildad, aceptando los hechos, presentando disculpas y sin levantar su dedo acusador contra otros fabricantes escudándose en un “todos hacen lo mismo”. Una actitud, en todo caso, absolutamente contraria a la que tan habitualmente sufrimos por estos pagos desde hace siglos y que refleja muy bien el viejo dicho español de “sostenella y no enmendalla”.

Estimado amigo Juan Carlos: ¡Gracias! Un fuerte abrazo. 
Esteban

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domingo, 7 de febrero de 2016

DE GÜAJE A INGENIERO

Esta historia me la contó mi padre en varias ocasiones, la primera vez por escrito en una carta con el remite de su exilio en México, las demás de viva voz y en persona, unas por iniciativa suya y otras cuando yo se lo pedí. 

Algunos niños mineros todavía viven.
Fuente: wwwpaginasdelprincipado.es
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Antes, debo aclarar que “güaje” se dice en asturiano o bable del niño o adolescente que trabajaba en las minas, no hace tanto tiempo -aún viven algunos-, y por extensión, se suele emplear este nombre para referirse a los niños en Asturias. Aprovecho para dejarles este romance.

La historia la protagonizó un amigo de mi padre a quien él le profesaba admiración, respeto y mucho cariño, y yo, por supuesto, aunque no tuve la suerte de conocerle. Se trata de la vida de un hombre que poco antes de la década de los cuarenta del pasado siglo comenzó a trabajar en la mina con la misma edad con que lo hizo mi abuelo paterno: 9 años. Trabajaban dentro, en una galería a cientos de metros bajo tierra ayudando a los mineros adultos, incluso a los picadores, lo que era todo un honor, pues estos son a la mina lo que los soldados a la primera línea de fuego. 

Aquel hombre a sus nueve años aún no sabia lo que antes se llamaban “las cuatro reglas”: leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir. Pero sintió la necesidad de aprender, quería saber, logró la ayuda de compañeros mayores que le fueron enseñando poco a poco esas reglas básicas en el escaso tiempo libre que tenían. Después consiguió la ayuda de un maestro de escuela que le daba clases particulares siempre que ambos podían, se ganó su respeto con su esfuerzo y con sus logros, se animaban mutuamente. Uno transmitía su energía mineral y de superviviente que anhelaba literalmente ver la luz que sabía que ahí estaba y el otro la transformaba en energía intelectual que cada vez lograba establecer nuevas conexiones neuronales. 

El maestro hizo los papeles de minero, ingeniero y joyero; hasta de alquimista, me atrevería a decir. Convirtió el carbón en un diamante en bruto que luego talló, con la imprescindible ayuda del güaje que nunca escatimaba esfuerzo, ilusión, entusiasmo y trabajo. Se afanaban constantemente con un tesón a prueba de dinamita, sin conocer fiesta ni romería, sin escanciar una sola botella de sidra en cualquiera de los numerosos chigres. 

A instancias de su maestro, el güaje comenzó a presentarse a exámenes por libre y, lentamente, pero en progresión constante, fue superándolos uno a uno. En los comienzos del aprendizaje el maestro se puso por objetivo que su alumno lograse los estudios necesarios para aprender un oficio que le permitiese abandonar las tinieblas de la mina y su atmósfera de muerte, que le habilitase para ocupar algún puesto mucho menos insano en la siderurgia, astilleros, el ferrocarril... quizá hasta en alguna oficina. 

Llegado el momento, sin embargo, el hombre joven en que se había convertido aquel güaje que, “con una ambición de muerte despedazaba un pan reñido”, como escribió Miguel Hernández en el El niño yuntero, tenía a vista otra meta: ser ingeniero superior de minas. Cuando la sed de aprender de un niño se mantiene viva no se sacia nunca.

Seat 1400, un coche como este se compró el ingeniero.
Fuente: www.diariomotor.com
El maestro pasó el tesoro de su testigo a un ingeniero que conocía, este, junto con algún compañero suyo hicieron de profesores para el amigo de mi padre siempre que uno u otro podía y la determinación del perseverante alumno llegó también a seducir más tarde a un catedrático de la Escuela Superior de Ingenieros de Minas de Oviedo. Nuestro amigo, que ya lo será también de ustedes, siguió pasando cada una de sus jornadas en las entrañas de la tierra pero hasta ellas iba llegando una hermosa y cálida luz cada vez más intensa augurando un futuro muy próximo muy diferente. 

Contaba alrededor de los cuarenta años cuando logró su título de ingeniero. Aparte de otras cosas, tener una carrera superior en la España de los años cincuenta suponía un cambio de estatus inmediato. Nuestro amigo también tenía planes para organizar cosas que facilitasen la formación para que quienes quisieran dejar la mina no se viesen obligados a realizar un esfuerzo tan titánico como el suyo. Siguió trabajando en la mina como ingeniero, se compró una casa y más tarde un coche. 

Ni hacía un año que había empezado a conducir cuando una noche, entre Gijón y Sama de Langreo, en la carretera Carbonera, se salió de la misma para entrar en esa galería que es la muerte y de la que nada sabemos. La vida le soltó de su mano cuando había comenzado a cosechar los frutos de su esfuerzo. 

Carretara Carbonera entrando en La Felguera, en la actualidad.
No mejoró gran cosa, pero ahora también hay una autovía sin peaje.
Fuente: vegalafelguera.wordpress.com
Iba solo en el coche, no chocó con nadie. No se supo prácticamente nada del accidente, algo habitual en aquella época y que en eso tampoco difiere mucho de la actual. Quienes le conocieron también aseguran que nunca le embriagó su magnífico y extraordinario logro. Quizá se durmió al volante, tal vez otro vehículo hizo algo raro que le sacó de la carretera, o patinó en una zona húmeda, o le salió un animal, o cometió un error que le llevó a perder el control del coche... No se sabe. Mi padre se quedaba siempre unos instantes con la mirada perdida llegado a este punto para luego maldecir en voz baja lo injusta que muchas veces es la vida con los mejores. 

Conozco muy bien la carretera Carbonera, y cuando yo empecé a conducir, los choferes veteranos decían que estaba más o menos igual que veinte años atrás: estrecha, enrevesada, con pequeños puertos, bastantes curvas muy traicioneras, pasos a nivel, precipicios no muy profundos pero lo suficiente para no contarlo si uno cae por ellos, árboles, bastante vegetación, sin arcenes, en muchos puntos sin quitamiedos, asfalto irregular y deslizante parcheado mil veces, sin puntos de luz más que cerca de alguna casa o en las pequeñas travesías... 

Mi padre conducía bastante bien, así que le pregunté qué pensaba que podía haberle pasado a su amigo y me dijo que, hombre no lo sabía, pero para él, que se había quedado dormido: “llevaba poco tiempo, no estaba acostumbrado... y es muy fácil quedarse dormido, o ver mal una curva y tomarla al revés.” También le pregunté si le había visto conducir y qué le parecía, a esto respondió de forma inmediata y categórica: “era malo, me llevó unas pocas veces en coche, pero la última le dije que si no aprendía a conducir mejor no volvería a montar con él; y desde luego no le dejaría mi coche.” Cosa que mi padre hacía con una facilidad como no he visto nunca. Así y todo, bien pudo ocurrir que se tratase de un accidente en toda regla; ni los conductores malos lo hacen todo mal, ni lo buenos lo hacen siempre bien. 

Esta historia me hizo cambiar mi forma de pensar en cuanto a la importancia que casi todos los padres dan y transmiten a sus hijos para con los estudios superiores en comparación a la que prestan a todo lo relativo con aprender a conducir. Si tantos progenitores están dispuestos a realizar un considerable esfuerzo en que sus hijos consigan sacar adelante una carrera, por lo menos, también deben dedicar el mismo grado de esfuerzo en que aprendan a conducir bien. Es vital. Y alentarles en que así decidan hacerlo siempre.

En ningún lugar del mundo debería trabajar un solo niño.
La infancia es tiempo para jugar y aprender, y hacer ambas cosas a la vez.
Es tiempo de preservar y potenciar la curiosidad innata con la que llegamos al mundo.
Fuente: www.taringa .net
No quiero acabar sin resaltar que esto de empezar a trabajar en el interior de una mina de carbón con nueve años (¡9 años!), por más que lo veamos como algo muy del pasado, que nos resulte tan extraño que, como mucho, lo asociemos en la actualidad con países que sentimos muy lejanos de África o de Asia, ha ocurrido muy cerca de donde viven muchos de ustedes a personas que hablan nuestra misma lengua y tienen nuestro mismo aspecto. Algunos de estos “niños yunteros” aún viven, yo lo he conocido muy de cerca en la persona de mi abuelo, pero también me he encontrado con alumnos que, siendo de mi generación, comenzaron a trabajar con 12 años en empresas que aún existen, conozco y, paradójicamente, están consolidadas, son respetadas y gozan de una excelente imagen. No sería tan raro, tal como va el mundo, y la disciplente y cómplice actitud que sobre tantos acontecimientos adoptamos, que en unos pocos años volvamos a ver a niños camino del trabajo. Ojalá en ningún lugar del mundo tenga que trabajar jamás un niño, ojalá en ninguna parte se les robe la infancia y la inocencia.